El primer trabajo científico (o eso pensábamos)


Durante el año 1974, el último curso de la carrera, algunos optamos por una asignatura que se denominaba "Zoología Marina".

En el departamento de Zoología, existía la costumbre de hacer trabajos científicos (todos recordamos las fichas de 0,001, 0,01 y 0,1), para compensar o subir la nota de la asignatura correspondiente del profesor De Pablos.

No se de quién surgió la idea, pero entre Ana Martínez, Antonio Ron, Javier Tourón y yo (Eduardo Pásaro), decidimos realizar un trabajo de investigación real, para la asignatura de Zoología Marina. Para ello teníamos los elementos necesarios, medio de transporte para ir a Riveira (allí estaba la embarcación para surcar los mares) y la experiencia acumulada de haber cursado tres años de asignaturas de Zoología.

El trabajo consistía en navegar hasta una isla cercana a la playa de Riveira (unas tres millas), e ir haciendo muestreos del fondo (con nasas y un raño) cada cierta distancia de la costa para estudiar las variaciones de las especies que encontrábamos.

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La isla El barco y el capitán, Javier Tourón El raño

 

Para ello un día fuimos a examinar la zona y nos pareció fácil. El mar estaba como un plato, sol radiante y la isla allí delante, a un paso. Conseguimos una carta de navegación y fijamos día para el muestreo.

Cuando llegó el día D, preparamos las nasas y el raño (¡como pesaba el condenado!). Javier Tourón, el capitán, nos dijo: no os preocupéis que en el agua el peso es menor y el motor tira del raño. Todos tranquilos. Y lo cierto es que debíamos de estar todos tranquilos, ya que como puede observarse Antonio Ron, que estaba en plan de lobo de mar tomó el timón y nos fuimos rumbo a la isla. Ese día
el mar no estaba tan tranquilo como el del día de la primera visita, y el sol aparecía de vez en cuando entre las nubes, pero todo era normal.

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Antonio Ron Con la proa hacía la isla Eduardo Pásaro El capitán, en tierra

 

Nuestro primer contacto con el proceso de toma de muestras fue a media milla de la costa.

Lanzamos el raño al agua y éste bajó rápidamente hasta el fondo; amarrado al barco hicimos un arrastre y nos dispusimos a subirlo para empezar a clasificar las especies. Mientras Ana preparaba un cubo para almacenar la muestra, uno de nosotros empezó a a tirar del raño; ¡no subía!, cara de sorpresa, más fuerte, ¡nada!, esto está duro... eh!. Tiramos entre dos, ¡nada!; entre tres, ¡nada!.

Se enganchó en el fondo, ¡hay que soltar y tirar lentamente, dijo uno!. 

Después de media hora de intentarlo, el dichoso raño se soltó, ¡ya sube!, empezamos a tirar de él con la confianza de tener la primera muestra. Una lata oxidada, dos conchas de mejillón y poco más era lo que contenía el raño. Después de casi una hora de esfuerzo, la primera muestra era sólo eso.

Visto el éxito del primer muestreo, rápidamente decidimos que lo mejor era hacer sólo dos muestras: una en la isla, que parecía que ya estaba allí, y otra, al regresar a tierra, en la zona intermareal, dejando las intermedias. Dicho y hecho, pusimos rumbo a la isla a medio motor. La proa del barco apuntó hacia la salida de la ría y empezamos a abrigarnos ya que el viento nos hacía sentir una sensación de frío que no habíamos previsto.

A los diez minutos el mar que parecía tan tranquilo, pareció volverse inquieto. Javier Tourón que era el único con experiencia en las artes marinas tomó el timón y dijo muy serio: "hay mar de fondo". No se si entendimos lo que nos quería decir, pero cada vez el barco se movía más. Aquello empezaba a parecerse a un tobogán. Nuestras caras empezaron a cambiar de semblante, pero no decíamos casi nada. En una de esas subidas y bajadas del barco, una ola nos salpicó a todos. Nos pusimos al lado del timón, ya que era el sitio más resguardado y uno dijo en voz baja:.. no se si sería mejor dar la vuelta.... Un silencio se dejó oír durante unos segundos, hasta que Javier Tourón comentó: al salir fuera de la ría seguramente el mar estará mas tranquilo... Silencio. En ese momento ninguno se acordaba del raño, de las nasas o de los muestreos. El barco saltaba cada vez más y las olas nos parecían muy grandes. Se oyó, ¡¡Javier, da la vuelta!! ¡¡Que nos vamos a hundir!!... Silencio. Pese al viento, las caras empezaban a ponerse pálidas y las olas seguían aumentando en altura (o por lo menos eso parecía). Al cabo de unos minutos, bueno quizá fuesen segundos, Javier Tourón dijo: será mejor volver hacia tierra, el mar está muy revuelto. Pero hay que dar la vuelta con mucho cuidado.... Nuevo silencio.. Javier, ¿qué quiere decir dar la vuelta con cuidado?. Pues que hay que hacerlo de manera que no nos coja una ola con el barco de lado, ya que podría hacer que escorásemos y se hundiese. Las caras ya eran serias (creo que no llevábamos chalecos salvavidas, ni puestos, ni en el barco) y Javier nos dio instrucciones para el momento del giro del barco: cuando pase una ola hay que girar el timón a tope y dar toda la potencia al motor para que la siguiente ola coja el barco de popa. Por suerte y el buen hacer del patrón, la maniobra salió bien y después de unos instantes de incertidumbre, pusimos rumbo a la costa, con grandes deseos de llegar cuanto antes.

Al final, el trabajo consistió fundamentalmente en un estudio de la zona intermareal, en la que tomamos diversas muestras y clasificamos las especies encontradas. El trabajo se completó pasándolo "a máquina", encuadernándolo con con una portada de imprenta en color amarillo, que fue entregado en el Departamento de Zoología y formaba parte de la biblioteca del interna del mismo. Nos imaginamos que después de 25 años alguien lo habrá tirado en alguna limpieza o durante el traslado del edificio, perdiéndose de esa manera una de las contribuciones científicas más importantes de aquellos momentos, ya que creo que ninguno se quedó con copia. También parece importante aceptar que dicho trabajo nos marcó profesionalmente. Ninguno de los cuatro trabajamos en aspectos relacionadas con el medio marino, todos estamos en la docencia y las especies con las que trabajamos están lejos de tener algo que ver con la zoología marina.
 

Hoy sigo sin recordar a quién se le ocurrió la utilización del barco para realizar el trabajo, pero estoy seguro que no fue a mi.

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