Vivir entre los escombros en Gaza. La destrucción del hábitat es la destrucción de la memoria

07/10/2025

 

Escapar del "monstruo de hierro explosivo", el nuevo tipo de arma que está arrasando vecindarios residenciales enteros, es el pensamiento constante que retumba en la cabeza de las pocas familias que todavía permanecen en la ciudad de Gaza. Trampas explosivas, controladas remotamente, que provocan una destrucción masiva aún a 100 metros de distancia, donde las personas no pueden soportar la presión de esa explosión y la asfixia.

Lamentablemente no es una situación nueva. Desde la Nakba en 1948 miles de palestinos han tenido que vivir en campamentos a causa de la destrucción de sus hogares, la ocupación de sus tierras y la vulneración constante de sus derechos.

Pero esta vez… esta vez es distinto. El objetivo no es el desplazamiento, “es borrar Gaza y la población gazatí del mapa” como indica la arquitecta Suha Alnajjar. Es un DOMICIDIO, una destrucción intencionada y generalizada de un entorno vital, a fin de que sus habitantes se vean obligados a trasladarse a otro lugar.

Las arquitectas palestinas, como Suha, han pasado su vida conviviendo con la destrucción más que la construcción. “La profesión hoy es ser testigo de la destrucción constante de nuestras casas, calles y ciudades. Pero no solo han echado abajo nuestros edificios e infraestructuras, sino que con ello intentan borrar nuestra identidad y nuestra memoria”, explica.

“Durante dos años de ofensiva militar contra la franja por Israel, se ha destruido nuestro pasado, la gente no reconoce sus barrios, sus plazas, los edificios históricos, … Comenzaron con el bombardeo de nuestro patrimonio, el casco antiguo de la ciudad de Gaza donde estaba la segunda iglesia más antigua de Palestina y el mercado histórico de Alzauia. Hacer de la franja una zona inhabitable, así como borrar nuestro pasado y la posibilidad de futuro es su propósito. Cuando caen las bombas indiscriminadas a los edificios y los convierten en ruinas, no son paredes y techos los que derrumban, caen nuestros recuerdos, nuestra infancia, nuestros encuentros en las casas de los abuelos los jueves como suelen hacer los gazatíes, la comida familiar que compartimos; perdemos nuestras primeras fotos, aquellas que nuestras madres guardaron durante años en los álbumes. De todo lo que vivíamos, de nuestros años pasados, no queda ni rastro. Con ello cae nuestra memoria, no podemos reconocer las calles donde pasamos toda nuestra vida, el camino al cole ya no está, no existe… todo lo que estaba sobre tierra ha pasado a estar bajo la misma.”

Hoy, 7 de octubre, fatídico aniversario, queremos visibilizar el papel que todas las mujeres gazatíes, que junto a las niñas y los niños suponen la mayoría de las víctimas de este genocidio. Esas mujeres, cuya resiliencia a lo largo de los años de ocupación ha demostrado una capacidad increíble de adaptarse para preservar una cultura que el conflicto se obstina en hacer desaparecer. Ellas continúan, en medio de la hambruna, protegiendo la música, la gastronomía y, sobre todo, la educación como un acto de resistencia.

“En las tiendas de campaña ubicadas por todos lados en la franja y hasta donde alcanza la vista, en un espacio de apenas unos metros cuadrados las madres y demás mujeres intentan crear nuevos espacios de la nada, de una tela rota rescatada de los escombros, de cajas de cartón que recibieron de la ayuda humanitaria, de sacos de harina. Buscan por las calles lo que queda de sus casas destruidas para hacer un suelo, tapar la arena, crear un espacio cariñoso y digno para sus hijos. Las familias intentan, a través de mantener un objeto salvado del bombardeo, una taza, un marco de foto sin cristal que se convierte en un simbólico y detalle físico para sus recuerdos, proteger su identidad”, relata Suha.

De esos campamentos de familias desplazadas, ubicados en su mayoría donde antes se levantaban edificios de altura, hoteles, restaurantes y el paseo marítimo que tanto gustaba a los gazatíes, sale el olor de Zatar (comida palestina) cuando la escasez de alimentos lo permite y se oye el cantar de una abuela para disimular a sus nietos el ruido de los drones, cada vez más fuerte y horroroso.

La destrucción del hábitat como arma de guerra, una vez más, busca no solo la destrucción de una vivienda, sino la de la pertenencia a un lugar. Suha y su familia nos explican que “todos los días comparten charlas sobre el lugar donde vivían, las esquinas de las casas, los muebles, los detalles que creaban y cuidaban. Es un acto inconsciente para protegerlos, por el miedo de perder los recuerdos de esos momentos bonitos, el temor de que no vuelvan y no poder crear más recuerdos con sus seres queridos en los lugares a los que pertenecen y adoraban.”

Ya no es una cuestión de incertidumbre de si alguna vez volverán a sus barrios bombardeados o dónde vivirán sus hijas e hijos. Hoy, la palabra “desplazamiento” en Palestina no es el “efecto de mover o trasladar”, es la DESTRUCCIÓN con mayúsculas: de un pueblo, un territorio, de la memoria colectiva. Es incumplimiento del derecho internacional y de los derechos humanos. Es la privación de libertad y dignidad. Es sufrimiento sin precedentes. Es muerte. Es exterminio. Es GENOCIDIO.

 

“Todos nosotros no buscamos nada más que un hogar”

 

 

Este pequeño texto está dedicado a todas las mujeres gazatíes y sus familias, muy especialmente a la de Suha, cuya casa fue destruida en diciembre del 2023. A ellas y a todas las familias que estáis dentro queremos que sepáis que no estáis solas.

Este grupo de Igualdade ETSAC condena el genocidio y todas las posiciones fundamentalistas vengan del lado que vengan.

 

Para saber un poco más: https://unosat.org/products/4165

 

Suha Alnajjar y Patricia Muñiz