23/10/2023
Tradicionalmente se ha considerado la casa de la Antigüedad clásica como un espacio femenino y privado frente a los espacios públicos de representación ciudadana, exclusivamente masculinos, siempre en términos generales, sin precisar cronologías, ni las sustanciales diferencias que presentan griegas y romanas.
Quizá la indiscutible relación de la mujer con la casa, en aquellas sociedades de las que se tiene información, ha llevado a considerarla un espacio esencialmente femenino, pero, ¿lo era realmente?
Las casas griegas, oikoi, tenían una estancia específica para los varones, el andron. Asimismo, había una o varias habitaciones para las mujeres, gynaikonitis o gineceo. Mientras el andron es un lugar de reunión en el que se reciben invitados del exterior, por lo que puede entenderse como una ampliación de las actividades públicas de los hombres, el gineceo es siempre un espacio semioculto, cerrado con puertas y cerrojo; de hecho, en la decoración de las cerámicas áticas con escenas femeninas aparece con frecuencia el motivo de las puertas. Esta ordenación revela dos mundos bien diferenciados, reflejo de la sociedad griega. Decíamos que el andron, especialmente decorado, tiene una clara función social en donde se llevan a cabo banquetes, un ambiente pensado para mostrar riqueza y posición. Por el contrario, las habitaciones femeninas no presentan singularidad decorativa, ni tan siquiera se pueden diferenciar arqueológicamente de otros habitáculos y son las fuentes literarias las que ofrecen información sobre ellas. Andron y patio, adornados con pinturas y mosaicos, reflejan un significado simbólico que potencia la imagen del varón.
Las mujeres griegas se moverían con total libertad por la casa, ya que en ésta también se llevaban a cabo trabajos artesanales en los que intervenían, pero cuando se celebraban los banquetes en el andron, con huéspedes masculinos, ellas tenían que recluirse en el gineceo para no ser vistas. Bajo esta perspectiva, la casa no puede ser considerada un espacio femenino. Por el contrario, es el varón quien tiene un uso preferente, siendo, además, su propietario.
En términos generales, la mujer romana gozaba de una mayor libertad que la griega. No obstante, no se puede pasar por alto que, a pesar de su progresiva emancipación, está supeditada al paterfamilias en la figura de un padre, esposo o suegro, que es dueño de la casa, aunque con el tiempo llegaran a conseguir derechos de propiedad.
Si analizamos la disposición y la funcionalidad de las estancias de la domus romana, se observa, de igual modo, que se pretende proyectar una imagen de posición y poder del varón. Los poderosos recibían a sus clientes en el atrio para las salutationes matinales, un espacio bien decorado que servía también para tratar de negocios o de política. Para atender a los invitados estaba el triclinium, en donde se celebraban los banquetes en los que, a diferencia de las mujeres griegas, las romanas sí podían participar, aunque no en igual postura y ubicación que los hombres, al menos en lo que se refiere a las tradicionales matronas.
En las villas rurales tardoantiguas aparece una estancia denominada oecus, que es un espacio de representación muy conectado a las nuevas fórmulas de poder que se perfilan en los siglos IV y V d.C. y que están estrechamente ligadas a lo masculino.
Podemos interpretar la casa como un lugar de confluencia de hombres y mujeres, esclavos y libres, miembros de la unidad familiar y visitantes, por lo que el análisis de espacios es complejo. No obstante, y conforme a los datos expuestos, es conveniente matizar: en la Antigüedad la casa no es un espacio exclusivo de la mujer, si bien, es prácticamente un espacio exclusivo para la mujer.
María Josefa Loira Enríquez. Doctora en Historia, Historia del Arte y Territorio.